domingo, 28 de marzo de 2010

Fuera de si

Salió de la oficina forense cansado de copiar fotos con el afán de armar un relato que aporte algo en el caso, pero sus ojos se cruzaban en un punto y ya no lo dejaban distinguir bien.
Caminó de memoria y apurado hasta el departamento que compartía con Fernanda desde que volvió a Buenos Aires.

Se acercó sigilosamente para no despertarla, ella dormía de costado con una almohada entre las piernas, desnuda bajo la sábana blanca. El ventilador en mínimo movía el aire y su cabello en cámara lenta, la recorría, analizaba sus oscilaciones, la respiración irregular del sueño profundo…el movimiento de los ojos, el pelo enredado en el cuello apenas intentaba un vaivén pero tanto y tan pesado caía sobre sus hombros, se metía en sus axilas.  
Se sentó en el piso contra la pared a la que ella daba la espalda, dobló la cabeza hacia la izquierda, así quedó un momento fascinado con su largo existir como una cadena de médanos tan perfecta echada sobre la línea recta del colchón.
Era como las mujeres de Paul Gaugin, una combinación entre “Nevermore” y “Mujer con abanico”.
Pensó que debía pintar la habitación en ese tono de verde brillante,  con motivos de hojas grandes y ovaladas. Y los marcos de las ventanas en un rojo casi marrón,  la cama en tonos de azules mediterráneos, con toques de blanco como la espuma de las olas.

viernes, 19 de febrero de 2010

23- El principio del fin

Pasó dos o tres días encerrado en el departamento con los ojos pegados. Repasando todas las imágenes posibles para pasar las horas y no querer morirse.
Recordaba escenas que ya había visto y trataba de completarlas hasta llegar de principio a fin, en su memoria.

Una mañana, de la nada, tocó el timbre Fernanda. Como una encarnación del Angel de la Independencia.

Rubén desvariaba, sucio y flaco, intentó tanto olvidar que perdió la razón. Era un naufrago de si mismo y no tenía la menor intención de salir de ese estado de locura.
Ella lo conocía bien y no dudó, se ocupó de la licencia y el permiso para viajar a Buenos Aires. En menos de 24 hs. Rubén estaba volando bañado y dormido.

jueves, 28 de enero de 2010

22- Encierro

Estaba amaneciendo, casi no quedaba gente en la calle y hacía calor pero él transpiraba frío y sentía un dolor que nacía justo en la boca del estómago y se extendía por su abdomen U a doblarse apretándose la panza. Un dolor intenso que pasaba por su cuerpo dejándolo tenso y a la espera del próximo.

Sacudiendo la cabeza en cada imagen, se tambaleaba hasta que por fin se encontró tirado en la habitación, sin saber que había más allá de ese techo, que era casi igual a todos los techos, incluso el techo de su niñez, los sábados a la tarde cuando lo obligaban a dormir la siesta. Y dormía por resignación.
Buscó en el botiquín, algo para desaparecer y no encontró más que la botella de alcohol. La tomó con mucho hielo y azúcar, sentado en la cama hasta que se desmayó.
Pasó el resto del día y toda la noche.
Con la luz del medio día intentó abrir los ojos y no podía, los tenía literalmente pegados por una costra que unía las pestañas. Se enjuagó la cara con agua tibia por largo rato, hasta que sintió que la costra se ablandaba y pudo espiar por una pequeña línea (la abertura de sus ojos). Entonces recordó a su madre limpiándole los ojos con algodón mojado en té frío y de esa forma los limpió; le dolían con el movimiento y la luz le generaba instantáneamente una lágrima espesa que enturbiaba su visión.
Con los ojos enfermos, cerrados, solo podía volver atrás y ver lo que ya había visto, como un preso.
Entonces trató de recordar los puestos del mercado y perderse en los detalles de las miles de vainas de colores, el chanchito, las vasijas, atrapa pesadillas con plumas violetas y azules, de todos los tamaños, la calavera decorada con flores rojas, los collares con imágenes de Fridda. Estaba inmerso en sus recuerdos, preso de sus propias imágenes, todas y cada una de aquellas fotos que sacó y recorto, esas presencias inciertas vueltos foto quieta detenida, a veces con sonidos otras, tan viejas como mudas.

21- Pesadilla 2

Tenía la sensación de haberse perdido en el tiempo, mientras terminaba ese vino, esperaba. Se preguntaba por qué solo mujeres. Un mareo etílico se apoderó de él, empezó a ver nublado y escuchar voces sin comprender que le decían. Se mezclaban el olor fuerte de los habanos, el sudor picante y el sabor del vino tinto que le había secado tanto la boca que casi no podía tragar, trató de descubrirse en el espejo viejo y empañado que estaba sobre la pared a lo largo de la barra, detrás de las botellas, con licores verdes, marrones, rojos y amarillos. No logró verse y decidió salir del lugar. Antes de llegar a la puerta, un volcán hirvió dentro de él, sintió frío, sudaba.

Apenas salió, dobló por una esquina y sosteniéndose sobre la pared, vomitó un chorro de líquido morado que le manchó los zapatos y el pantalón.
Quedó desmayado de pie, apoyado sobre sus manos con la cabeza colgando entre los brazos y la boca abierta.
Intentó caminar, había gente, chicas y muchachos en la puerta de los bares, parejas besándose, dos adolescentes paradas frente a un kiosco, y allá fue.
Pidió agua, intentó hablar con el hombre que atendía, vendía toda clase de cosas y le recomendó una pastilla para la borrachera envuelta en un sobre dorado.
Quedó sentado en la vereda un momento, mientras veía gente que entraba, como si detrás hubiera algo más.
Sintió inquietud, y el calor de la adrenalina. Tomo el remedio para la resaca, esperó unos minutos y con un temblor en las piernas avanzó detrás de los dos últimos tipos que pasaban. Atravesó una cortina de tiras de plástico bajó una escalera.
En una habitación de dos por dos, proyectaban sobre una pantalla antigua una película casera en la que se veía a una chica atada de pies y manos a una silla, con la camisa abierta, manchada de sangre y dos hombres, uno alto y corpulento que filmaba y el otro, bajo y gordo, llevaba una máscara de payaso con pelos de nylon a los costados, la golpeaban y se escuchaba el sonido de la voz amenazante distorsionada grave, como si fuera parte de una pesadilla. En contra de él mismo, se sentó en una silla de plástico, entre los demás, no podía sacar los ojos de la pantalla, no quería ser visto allí. Escuchaba en el silencio las respiraciones tensas y agitadas. Miraba con miedo, adivinando el final; cuándo el payaso se tiró sobre la piba y empezó a estrangula. Rubén se paró y subió corriendo la escalera, rápidamente, estaba otra vez en la calle y esa manera mágica de entrar y salir lo confundía. Estaba muy aturdido, andaba por las calles poseído.

20- Pesadilla 1

Esa mañana se despertó pensando en el muchacho de la marcha en el DF, el que lo invitó al bar.

Siguiendo las sugerencias del conserje caminó por la Av. Juarez y en una cortada se detuvo en un bar ambientado en tono marrones, sillas tapizadas en cuerina roja, La Sevillana.
No había ni una mujer. Una atmósfera pesada de habanos y bebidas, canciones ingles.
Buscó al hombre de la marcha pero no lo vio, jamás olvidaba una cara.
A unos pocos metros, el bar Marlboro y el bar 15. Se detuvo a mirarlos como esperando un dato de su intuición, entró en el 15 y ahí estaba. Delgado, moreno y con un bigote importante, llevaba la misma camisa de verano a cuadros, celestes y blancos con botones a presión.
-Te acordás de mí, le preguntó Rubén decidido.
-Claro, dijo el muchacho y se acercó como para decirle un secreto- el forense- dijo sin mirarlo.
Después se alejó y le mostró con la mirada las paredes de arriba de la barra empapeladas con fotos de mujeres y niñas.
-Es una vieja costumbre de los dueños, si tratás de despegar esa foto, vas a ver que abajo hay otra, hace décadas que decoran de esta forma. ¿Qué le sirvo?
Había quedado confuso con esas fotos ampliadas en papel de revista barata y no escuchó.
-¿Que le sirvo?, repitió.
- Cualquier cosa, dame una gaseosa, le contestó sin sacar los ojos de las paredes, todas empapeladas igual.
- ¡Vamos, hombre! Bébase un vino, la casa invita.
Y sacó de abajo del mostrador una botella de vidrio verde oscuro con una etiqueta en sepia que decía con letras de imprenta “LAMATO”
Tomó todo de un trago y apoyó el vaso en la mesada para que le sirviera más.

sábado, 9 de enero de 2010

18- Días que parecen siglos


Estaba muy inquieto, dio vueltas en la habitación, desnudo hasta que decidió bajar a la pileta.
Como un turista se puso la bata, las hojotas y una bermuda de baño.
La piscina redonda y baja entre cascadas artificiales con desniveles de piedras, el único bañista , un hombre rubio muy blanco leía el diario mientras tomaba algo en un baso de trago largo, con medio cuerpo sumergido en el agua no tan fría.
Decidió ignorarlo.
Detrás del cantero, una pileta clásica rectangular de un metro y medio de profundidad, lo llamó.
Hizo varios largos, uno pecho, otro crol y así pasó más de una hora nadando lentamente, movido por la inercia de las brazadas y el ritmo de la respiración. Entraba y salía del agua siempre con la boca abierta, inhalando afuera, exhalando abajo.
Salió hiperventilado y a los tumbos llegó a la habitación.
Se desplomó en la cama y así se durmió.


17-¿Cuánto tiempo más llevará?

Lo citaban en el aeropuerto internacional. Pensó ir caminado pero no tenía el equipo y pidió un remis, antes de llegar pasaron por un descampado, vió la faja y los oficiales al rededor de un cuerpo recubierto con un plástico verde, al costado una mujer lloraba tirada en el piso.
No se detuvo, aunque supuso que era el lugar.
Una niña, desnuda, con signos de haber sido, torturada durante días, abusada y estrangulada. Sintió un pinchazo en el ojo derecho que usaba para enfocar, le dolía mientras parpadeaba. Sacó dos rollos apurado. Una película espesa en el ojo no le permitía ver bien, la luz era perfecta. Había llevado un tele que compró en Madrid durante los días que duró el curso, para poder tomar detalles desde lejos y evitar meterse tan cerca de la escena.
Esta vez era un único cadáver, entregó la mitad de los rollos y se fue caminando sin que nadie lo detuviera por unas calles despobladas empinadas hacia arriba, escuchando en fade el llanto de una mujer.
Otra vez la sensación del desierto, la temperatura que va aumentando con el correr del día hasta obligar a todos a cubrirse las cabezas, el calor no lo dejaba pensar, iba cegándose con los rayos que se reflejaban en los autos, como heridas en la córnea.
Se preguntaba cuánto tiempo podría soportar ese trabajo, llegó al hotel a las dos de la tarde sofocado y sediento.
No llores Juarez

16- Impunidad

Llegó puntual a la morgue pero ya habían empezado la autopsia, una mujer abierta al medio, con ocho bolsas de cocaína en el estómago.

La imagen era tan hiriente que tuvo que mojarse la cara con una toalla fría para poder concentrarse. Hizo un plano general con la luz de tubo, tomó varias, casi inmóvil. Después se alejó y comenzó su recorrida, marcas de sogas en los tobillos, como si hubiera estado atada varios días, hematomas a la altura de las costillas, a ambos lados, muñecas también marcadas por sogas, uñas pintadas…
La mujer había muertos hacía tres o cuatro días, pero las heridas en detalle eran viejas, por lo menos 10 o 15 días.
También tenía marcas de mordeduras en uno de los pezones.
Uno de los médicos lo interrumpió.
-Suficiente!
Terminaron la autopsia en media hora. El narcotráfico.
En ese momento entendió que solo querían los planos generales pero sabía que en el papel de plata, el resto de las marcas quedarían grabadas por un par de años más.
Estaba asustado, aunque la pasividad rutinaria con la que se movían los oficiales le daba cierta tranquilidad perturbadora

15- Infierno

Tomó un micro lleno de gente parada y sentada, mayormente pobres pero dignos, serios, una mezcla de místicos comerciantes, como los mayas.
Bajó solo en un lugar desértico vallado con unas cintas de nylon rojas y blancas. Por un lado una chica de 14 años, tirada con los pantalones a medio sacar, con golpes y hematomas de seis o siete días en la frente y la mandíbula del costado izquierdo, como el golpe de puño, el torso desnudo y lacerado, las marcas más recientes estaban en el cuello, dedos grandes marcados a la altura de la garganta, la misma marca de soga en los tobillos.
A diez metros, una imagen similar.
Así se sumaron cinco mujeres de entre 14 y 20 años, muertas en las mismas condiciones.
Terminó pensando como iba a excusarse en el instante de la autopsia y aunque ese momento nunca llegó, él le temía día tras día.
Volvió en el auto de la policía y se bajó unas cuadras antes de llegar al departamento.
Separó los 10 rollos para mandar a laboratorio y se quedó con cinco que guardó como si fueran nuevos en una de las valijas en el estante más alto del ropero.
Involuntariamente recordaba guerras y atentados mientras trataba de cocinar unos fideos secos en agua con aceite y ajo.

14- Juarez

Era el atardecer.
El cielo un poco nublado y por momentos rojo, estaba muy cerca de las casa bajas antiguas y las nuevas edificaciones no pasaban los dos pisos, un calor intenso y seco, el típico transito de la vuelta, mujeres con las bolsas del mercado, gordas con polleras colorida y aros dorados, niños sentados en las veredas con trajes indígenas típicos, camionetas último modelo, hombres altos y rubios, le vino a la cabeza una foto de la inauguración del puente del Paso con las dos banderas, la mexicana y la americana.
El olor picante del mercado le abrió el apetito de una manera rotunda.
Caminó sin concentrarse en nada hasta el barrio del mercado de Cuauhtémoc, hacía mucho calor para sentarse en las mesitas de la vereda, así que entró, el mercado tiene la particularidad de ser fresco en verano y cálido en invierno. Los infinitos carteles ofreciendo comida lo sacaron de sí, un hombre tocaba en un xilofón grande como un piano una melodía que contrastaba con el olor a carne picante, cebollas fritas y mariscos, más bien parecía la música del ascensor de algún hotel. Caminó lento por la planta baja, mirando como se preparaban los platos, perdido entre los humos. Cuando su estómago ya hacía ruidos se decidió y comió parado en el mostrador de un puesto que hacía tasajo con mole negro y arroz rojo.
Miró a su alrededor, los mejicanos, los turistas una mezcla precolombina implantada sobreviviendo decadente como en el final de los tiempos.
Una mujer con sombrero negro, camisa y pollera negra, lo miraba, Ruben le sostuvo la vista sin prejuicio como dándole confianza, ella se acercó y sin sacarle los ojos de encima le dejó un volante con la foto de una niña morena con vestido blanco y un lazo en la cintura, el pelo oscuro estirado atado con un moño que sostenía una melena enrulada, abajo una leyenda que decía : Te lo pido por la mirada que vive adentro mío y la de todas las niñas y mujeres acecinadas…por su padres y su hijas, por sus hermanas. No cierres los ojos, no mires para otro lado. Unete!!! Basta de mujeres muertas en Juarez!
Para cuando terminó de leerlo, la mujer había desaparecido, la buscó por el mercado pero no dio con el sombrero.
Guardó el volante sin doblarlo en el cuaderno de notas que llevaba junto a la cámara.

Desde el radiollamado lo citaban a un par de cuadras de las maquiladoras de El Paso, en la frontera con Texas.

miércoles, 6 de enero de 2010

13- Mexico

Sin pegar un ojo salió a desayunar, caminó por la avenida disfrutando el aire fresco del amanecer. Mesas y canteros con flores rojas, amarillas y blancas, parecían dibujadas pero eran reales como los tulipanes.
Se sentó en un banco rosa.

Unas pocas mujeres caminaban con cruces de madera y carteles.
Buscó apurado el equipo y varios rollos de película, color y blanco y negro, y corrió hasta alcanzarlas.
Marchaban.
Sin ocuparse de la luz ni el encuadre, las acompañó fotografiándolas sin parar, solo las miró a través del lente normal.

Reclamaban por sus hijas o sobrinas, mujeres jóvenes, de clase baja, niñas. Lila, Alejandra, Mabel, Alma, Nelly…
Entre todas esas mujeres había un muchacho que no llevaba cartel, parecía acompañarlas por casualidad. Rubén guardó la cámara y caminó junto a él.
-Periodista?
-No, fotógrafo…forense.
- Venga entonces a mi bar, a tomarse unos tragos, lo invito, abrimos a las seis.




12- Hilo de pesca

Su estadía en España duró poco, el último día de clase hicieron una convocatoria para fotógrafos forenses que quisieran trabajar en la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chihuahua en México, parte de un convenio que tenían con la Universidad de Barcelona. Rubén no lo dudó, fue el único en aceptar el desafío. Había logrado alejarse tanto de si mismo que se sentía libre para elegir tal destino.
Se despidió de Fernanda y esa misma noche tomó un avión a México. Viajaba a Juárez pero antes tenía que hacer una parada en el DF para presentarse y arreglar papeles.
Usó toda su energía para concentrarse en el check in, estaba muy cansado y eso lo ponía tenso, atento.
Cuándo por fin logró sentarse, lloró de incertidumbre. Una sucesión de imágenes fluían tan rápido en su mente que no podía pensar. Cerró los ojos húmedos.
Lo despertó la azafata.
No sabía que hora era, tenía esa sensación de fuera de día.
A la salida de la manga lo esperaba un hombre robusto, pelo corto y negro, peinado a la gomina, camisa celeste y pantalón azul; un “federal” de civil que lo saludó como si lo conociera.
Rubén lo siguió. Atrás, caminaban dos más, se sintió importante, como una estrella del deporte o alguien del gobierno, como un preso político a punto de ser liberado.
Fuera del aeropuerto los esperaba un Dooge color crema. Entró primero y abrió la ventanilla con apuro, hubiera preferido caminar; dudó de que lado estaba y si tenía alguna posibilidad de decidir.
-Muchachos, me muero de hambre, dijo con un aire impostado de confianza.
-Ahorita llegamos le contestó el hombre de saco azul.
Se hacía de noche, y descubrió la verdadera dimensión de la palabra ahorita.
Le habían reservado un departamento, sobre El Paseo de la Reforma, una avenida de dos manos separadas por un boulevard de pasto verde seco, y dos más a los costados separando varios carriles, edificios altos y espejados. En el centro de la Avenida el monumento del Ángel de la Independencia. Tenía un piso a dos cuadras del monumento y se lo veía desde el living y desde la habitación.
Era otro mundo, eclécticamente cosmopolita, iluminado con un aire español común a muchas ciudades americanas conviviendo con edificios muy altos y espejados.
Lo dejaron en la habitación muerto de hambre y se despidieron hasta el día siguiente.
Probó la ducha y envuelto en una bata blanca se desplomó sobre la cama.
No podía dormir, la luna llena se escondía detrás del ángel y aparecía por izquierda o por derecha, muy clara sobre el cielo negro casi sin estrellas a la vista.