miércoles, 6 de enero de 2010

12- Hilo de pesca

Su estadía en España duró poco, el último día de clase hicieron una convocatoria para fotógrafos forenses que quisieran trabajar en la Procuraduría General de Justicia del Estado de Chihuahua en México, parte de un convenio que tenían con la Universidad de Barcelona. Rubén no lo dudó, fue el único en aceptar el desafío. Había logrado alejarse tanto de si mismo que se sentía libre para elegir tal destino.
Se despidió de Fernanda y esa misma noche tomó un avión a México. Viajaba a Juárez pero antes tenía que hacer una parada en el DF para presentarse y arreglar papeles.
Usó toda su energía para concentrarse en el check in, estaba muy cansado y eso lo ponía tenso, atento.
Cuándo por fin logró sentarse, lloró de incertidumbre. Una sucesión de imágenes fluían tan rápido en su mente que no podía pensar. Cerró los ojos húmedos.
Lo despertó la azafata.
No sabía que hora era, tenía esa sensación de fuera de día.
A la salida de la manga lo esperaba un hombre robusto, pelo corto y negro, peinado a la gomina, camisa celeste y pantalón azul; un “federal” de civil que lo saludó como si lo conociera.
Rubén lo siguió. Atrás, caminaban dos más, se sintió importante, como una estrella del deporte o alguien del gobierno, como un preso político a punto de ser liberado.
Fuera del aeropuerto los esperaba un Dooge color crema. Entró primero y abrió la ventanilla con apuro, hubiera preferido caminar; dudó de que lado estaba y si tenía alguna posibilidad de decidir.
-Muchachos, me muero de hambre, dijo con un aire impostado de confianza.
-Ahorita llegamos le contestó el hombre de saco azul.
Se hacía de noche, y descubrió la verdadera dimensión de la palabra ahorita.
Le habían reservado un departamento, sobre El Paseo de la Reforma, una avenida de dos manos separadas por un boulevard de pasto verde seco, y dos más a los costados separando varios carriles, edificios altos y espejados. En el centro de la Avenida el monumento del Ángel de la Independencia. Tenía un piso a dos cuadras del monumento y se lo veía desde el living y desde la habitación.
Era otro mundo, eclécticamente cosmopolita, iluminado con un aire español común a muchas ciudades americanas conviviendo con edificios muy altos y espejados.
Lo dejaron en la habitación muerto de hambre y se despidieron hasta el día siguiente.
Probó la ducha y envuelto en una bata blanca se desplomó sobre la cama.
No podía dormir, la luna llena se escondía detrás del ángel y aparecía por izquierda o por derecha, muy clara sobre el cielo negro casi sin estrellas a la vista.

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