jueves, 28 de enero de 2010

22- Encierro

Estaba amaneciendo, casi no quedaba gente en la calle y hacía calor pero él transpiraba frío y sentía un dolor que nacía justo en la boca del estómago y se extendía por su abdomen U a doblarse apretándose la panza. Un dolor intenso que pasaba por su cuerpo dejándolo tenso y a la espera del próximo.

Sacudiendo la cabeza en cada imagen, se tambaleaba hasta que por fin se encontró tirado en la habitación, sin saber que había más allá de ese techo, que era casi igual a todos los techos, incluso el techo de su niñez, los sábados a la tarde cuando lo obligaban a dormir la siesta. Y dormía por resignación.
Buscó en el botiquín, algo para desaparecer y no encontró más que la botella de alcohol. La tomó con mucho hielo y azúcar, sentado en la cama hasta que se desmayó.
Pasó el resto del día y toda la noche.
Con la luz del medio día intentó abrir los ojos y no podía, los tenía literalmente pegados por una costra que unía las pestañas. Se enjuagó la cara con agua tibia por largo rato, hasta que sintió que la costra se ablandaba y pudo espiar por una pequeña línea (la abertura de sus ojos). Entonces recordó a su madre limpiándole los ojos con algodón mojado en té frío y de esa forma los limpió; le dolían con el movimiento y la luz le generaba instantáneamente una lágrima espesa que enturbiaba su visión.
Con los ojos enfermos, cerrados, solo podía volver atrás y ver lo que ya había visto, como un preso.
Entonces trató de recordar los puestos del mercado y perderse en los detalles de las miles de vainas de colores, el chanchito, las vasijas, atrapa pesadillas con plumas violetas y azules, de todos los tamaños, la calavera decorada con flores rojas, los collares con imágenes de Fridda. Estaba inmerso en sus recuerdos, preso de sus propias imágenes, todas y cada una de aquellas fotos que sacó y recorto, esas presencias inciertas vueltos foto quieta detenida, a veces con sonidos otras, tan viejas como mudas.

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