lunes, 28 de diciembre de 2009

11- Málaga


Durmió soñando la escultura de Picasso: Mujer, ya no encerrada tras el vidrio de seguridad del museo, si no como una aparición a orillas del océano.

El aire del mar lo despertó y salió sin equipo envuelto en el deseo más profundo de no ser visto.
Llevaba la dirección anotada en un papel que retorcía, doblaba y desdoblaba con una sola mano en el bolsillo.

La noche brillaba con luces amarillas y enormes pinos en flor, caminó sin pensar movido por el aroma de las sardinas y boquerones asados con ajos y castañas y se sentó solo a comer y tomar vino tinto en un barcito con mesas en la vereda.
Una mujer menuda, casi una niña envuelta en un mantón de Manila negro bordado con flores turquesas, entonaba bulerías acompañada por dos guitarristas gitanos. Le llamó la atención la temática de su cantar, hablaba justamente de la violencia, Rubén trataba de descubrir en ella una historia Sería su padre seguramente, era demasiado joven para estar casada o ser madre, entonces recordó que por la mañana habían estado hablando del “femicidio”, un nuevo término en criminalística; dado por las últimas estadísticas que arrojaban cifras sobre las mujeres muertas a causa de la violencia doméstica.
El vino era delicioso, la música, las palmas y los golpes de guitarra lo envolvieron. Olvidó que tenía una sita y estuvo allí hasta que sintió que el sueño lo vencía.
Caminaba desandando sus pasos de memoria prometiéndose que no volvería a Buenos Aires y buscaría la forma de seguir viajando.
Llegó a la Residencia casi al amanecer, en la recepción la mujer del casero, bebía absorta.

sábado, 26 de diciembre de 2009

10- Fuga Geográfica


Finalmente, un día cualquiera viajó con Fernanda a Málaga para participar del Seminario de Nuevas Tecnologías y Análisis de Datos, un curso intensivo 6 clases en la facultad de Medicina.
Tenían asignadas dos habitaciones en una Residencia a cuadras de la Universidad, en la calle Béla Bartok en intersección con la Avenida Jorge Luis Borges.
Eran las seis de la tarde, hora de copas y bares…
Rubén se quedó descansando, lo habían invitado a una peña flamenca por la noche y no quería estar filtrado. Entre sueños escuchó gritos, una discusión entre un hombre y una mujer. Los encargados-pensó-, una pareja de alcohólicos que vivía en el último piso. Siempre bebiendo mantenían un orden bastante inestable, faltaban las toallas o papel higiénico. Los gritos eran cada vez más fuertes, escudaba golpes, se sentó en la cama y fue lentamente armando el equipo mientras imaginaba la escena.

Puso un flash fuerte convencido de que las fotos que iba a poder sacar estarían en movimiento como un partido de footbal.
Entonces recordó una vieja discusión entre colegas. ¿Qué hacer en una circunstancia previa al desenlace fatal? ¿Sacar la foto? ¿Tratar de intervenir?
El era partidario de, en el mejor de los casos, llamar a la policía.
Se vió con el equipo en la mano, a punto de hacer todo lo contrario y dudó; pero no dejaban de gritar y golpearse contra las paredes o los muebles. Sintió un impulso viseral, de intervenir. Saltó de la cama durante un grito de la mujer, seguido por un silencio prolongado y frío. Escuchó el sonido del cuerpo arrastrado por el piso de madera que lo trasmitía como un amplificador. Cerró la puerta de la habitación en puntas de pié.
Se acostó y esperó a que hubiera movimiento con los ojos clavados en el techo sin poder pensar más que en ese sonido del cuerpo pesado y según él, sin vida.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

9- Un día más

Liviano caminó sintiendo la libertad del desamor hasta el hotel dónde lo habían citado, el lobby esta repleto de periodistas. Un juez apareció muerto, desnudo, ahorcado con una media de mujer, en una de las habitaciones. Era realmente incómodo trabajar así entre alborotos y chistes negros.

La escena estaba muy cargada de datos y le iba a llevar un par de horas tomar imágenes de todo el lugar.

Se detuvo en la puerta para tomar una imagen general del lugar, iba a empezar por la derecha pero lo hizo por la izquierda en una mesita de recepción, dos vasos de whisky, con huellas digitales pero sin rastros de lapiz labial, el sillón completamente desordenado, preservativos tirados en la alfombra.

Un enorme ventanal, daba a la estación de tren, tenía manos marcadas y una mancha de sangre a la altura de una cabeza, las cortinas arrancadas a medio caer… el caso se iba develando solo, cuándo llegó al cadáver quiso ver las marcas en el cuello pero tenía tantas heridas que olvidó sus hipótesis y sacó en detalle cada una; mordeduras, tajos superficiales, hematomas, restos de semen, la media en el cuello era un detalle decorativo.

En la mesa de luz un vaso más con restos de cigarrillos negros.
En el baño, la tabla del inodoro con manchas de orina oscura y en la bañadera las toallas mojadas y manchadas de sangre.

Paró para fumar un cigarrillo mientras pensaba: más de un asesino, todos hombres. Un asesinato rápido y sin vueltas, seguramente el juez trató de defenderse y como era un tipo joven les costó matarlo…en ese momento llegó Fernanda a reemplazarlo, para seguir en la morgue.

lunes, 21 de diciembre de 2009

8- Dudoso encanto

Por más que intentó nunca pudo concretar ese encuentro casual, la buscó los domingos en el restaurante de la calle Lima, entre los cientos de turistas que paseaban por San Telmo o en el barrio chino, los sábados; pero nada.


Una mañana llegó al departamento la invitación para la exposición anual de orquídeas en el jardín japonés, no estaba dirigida a nadie pero tenía la dirección de Rubén.
El sudor en los pies y las palpitaciones le dieron la pauta de que ese era el lugar dónde encontrar a Beatriz, quedó en blanco pensándola o más bien recordando su cara, contemplándola en su memoria, detenida.
Se preguntaba si ella habría mandado la invitación para verlo y volver con él abatida por el error de dejarlo, en ese caso-pensó-, el ya no la querría como antes y casi ya no la quería más.
Era un sábado a las diez de la mañana, llevó el equipo, sentía más que nunca el deseo de volverse invisible, sabía que era técnicamente imposible y que solo podría acercarse a la invisibilidad, detrás de la cámara.
Había stands de todos los países, unas plantas exóticas, con flores raras, bulbos como testículos, pétalos como labios de mujer. Se perdió entre la gente y él empezó a sacar fotos.

Luz, colores, vida.
Lo invadió un olor a velorio muy fuerte. En el stand de España vio una planta que le resultó familiar, y detrás estaba ella.
Se saludaron con un beso frío en la mejilla, él temblaba como un alcohólico a la mañana, ella tenía la inquietud del que no quiere estar allí.
La miró con desconfianza, le dijo en silencio un par de cosas y sin saludarla, dió media vuelta y encaró para la salida.

domingo, 20 de diciembre de 2009

7- Fernanda


No sabía si realmente deseaba tener algo con Fernanda. Ella lo atraía siempre sonriente y erguida como un equino, operaba una especie de magnetismo fluctuante, por eso no se atrevía a besarla. Había descubierto que el tiempo era su aliado y no sentía ninguna clase de apuro por retomar su vida sexual.
Ella se convirtió en su gran amiga de confesiones y bares, iban al cine, salían los fines de semana pero nunca se habían acercado mucho físicamente, hasta que una noche cenaron juntos en el departamento de Fernanda. Un décimo piso en San Telmo, con dos ventanas enfrentadas por las que se podía ver, de un lado el río que le recordaba esa imagen medio amarillenta de las primeras colonizaciones españolas y del otro, la ciudad por la avenida Independencia.
Comían y Rubén miraba su cuello transpirado, los pechos redondos pidiendo salir de la blusa. La boca se entreabría sensual en cada bocado que disfrutaba lentamente como si se tratara de una golosina.
Mientras tomaban un té hindú de sabor estimulante, una mezcla de jengibre y frutos rojos, en un mismo movimiento el sacó la cámara y ella empezó a desnudarse.
Fue una larga sesión de fotos.
Ella de espaldas ojeando un libro apoyada en la biblioteca, recostada en la cama como la bailarina desnuda de la escultura mexicana, sentada en el inodoro con la cabeza entre las manos, la imagen de su rostro en el espejo, tomada de atrás, durmiendo con una almohada en la cabeza y otra entre las rodillas.
Gatilló hasta que se quedó sin película.
Cuando amaneció la cubrió con las sábanas y se fue con la sensación de haberla acariciado toda la noche.
Caminaba contento y sin dormir sintiendo el insipiente calor de la mañana.

viernes, 18 de diciembre de 2009

6- Cora



Hizo un esfuerzo por recordar su nombre; Cora, había nacido unos días antes de que Rubén cumpliera dos años, no llegó a quererla por que a los pocos meses desapareció, le dijeron que se la llevó dios al cielo y el se sintió muy culpable porque un poco le estorbaba esa bebé que dormía con sus padres. Por años pensó que la habían matado sus celos, por que él sabía que eso de que dios la vino a buscar era un invento para explicar lo inexplicable. Sintiéndose un niño, como entonces, se sentó en la cama y repasó las pocas imágenes que guardaba de esos años, con alivio comprendió que la muerte de su hermana no había sido su culpa y dejó ir a ese chico triste y asustado que esperaba dentro suyo una respuesta.

Sacó del ropero una caja de cartón y recortó
algunas fotos familiares, desperdigó los pedazos sobre el tablero blanco. Juntó todos los ojos por un lado, las narices y las bocas, entre todas encontró un retrato de la madre y sus hermanas, en blanco y negro, con esos peinados armados un poco lacio pero con terminaciones onduladas, y la mirada ocultadora, las cejas muy dibujadas. Su madre era notablemente la mayor parecía Bette Davis en “La extraña pasajera”, las tres con camisa y pollera a la altura de la rodilla, las dos mayores mostraban las piernas con medias de naylon, pechos en punta, como montañas. No pudo recortarla, pero con el resto ni dudó y así se armó de un buen arsenal de posibilidades.
Probando diferentes composiciones se quedó con los ojos del padre que tenía una mirada melancólica, talvez por la caída de las cejas que le daban un marco triste a los ojos, en qué estaría pensado-pensó-, recordando su llegada en barco, solo, con apenas 10 años, su orfandad, su silencio, en ese momento Rubén sintió que lo entendía.
Buscó la nariz pequeña y recta de la madre que le dio un aspecto anguloso y delicado, recortó con cuidado el cabello peinado con raya al costado, largo y ondulado tomado de una foto que ya se había puesto amarilla, y sumó también su boca de una imagen en colores sepia y los labios pintados sobre el papel con lápiz rojo; finalmente completó el rostro con el mentón y el cuello de una tía que llevaba varias vueltas de un collar de perlas.
Logró un retrato y lo dejó armado sobre la mesa, se fue a dormir confuso como pasajero de varias películas.

5- La manito




Unas cuadras antes de llegar al departamento, sonó el radiollamado con la indicación de asistir a la calle Godoy Cruz y Paraguay. Solía caminar antes de sacar fotos pero prefirió tomar un taxi, estaba cansado entró sin mirar en el primero que paró y le llamó la atención la cantidad de peluches y estampitas, una bola de espejos y el chofer que no se parecía en nada a Pedro Almodóvar, igual se distrajo tratando de recordar el nombre de la película en la que él aparece manejando un taxi, pero el viaje no duró lo suficiente.

Bajo con la cámara 35mm en la mano, al costado de la vía en una fábrica desocupada. Sobre la vereda, debajo de un árbol viejo y alto, en una caja de televisor Philips, una nena de unos cuatro años acurrucada, casi transparente, con los mocos helados alrededor de la nariz y la boca abierta como pidiendo más aire; apenas cubierta por unos diarios, había muerto así.
Se acercó para tomar el detalle de la criatura y vió unas manchas ovaladas rojas con un reborde blanco.
Cuando los oficiales la sacaron de la caja, descubrió que la niña solo vestida con un camisón y tenía esas mismas manchas en las piernas raquíticas. Siguió sacando fotos como un autómata mientras los oficiales la envolvían en una frazada para darle  un segundo de calor. Los orificios oculares eran enormes. Y tenía rastros de una infección importante en el lóbulo de la oreja. En ese momento, se dio cuenta estaba trabajando sin guantes y que no los había llevado. Entonces le cubrió la cabeza y en silencio rezó para que su almita abandone pronto ese cuerpo lacerado.
Cuando por fin llegó a la casa estaba tan aturdido de imágenes que mientras se desvestía, dudó si no se estaba vistiendo para salir; entonces bajó las persianas, desconectó el teléfono y se acostó en la cama como si fueran las diez de la noche, al rato se despertó sobresaltado y sudando, soñó con un recuerdo olvidado hacía mucho tiempo, solo una escena: él con tres o cuatro años detrás de las piernas de su madre tratando de ver que pasaba en el cuarto de su hermana, entre gritos, llantos y gente extraña.

jueves, 17 de diciembre de 2009

4- Santa Cecilia

Era el día de la música y Fernanda había insistido mucho con el recital de los ganadores de un concurso de imitadores de Los Beatles en el Luna Park.

Rubén no había sido muy amante de la música, pero recordaba bien las imágenes del entierro de John Lenon. Después de ver las fotos de sus fans en el lugar del hecho, investigó toda la historia de los cuatro de Liverpool pero nunca escuchó ni una canción, sabía los nombres y alguna melodía, talvez Yellow Submarine o Help! Por eso no dudó en ir al concierto.
Quedaron en encontrarse en una esquina de Corrientes. Puntuales llegaron los dos al mismo tiempo, livianos sin el equipo de 15 kilos colgando del hombro, a los dos les faltaba algo, caminaron apoyados el uno en el otro hasta el momento de entrar. El estadio estaba completo. El escenario dando a la calle Bouchard y enfrentada unas 400 plateas, a los costados, detrás de una reja, la gente sentada en gradas y más atrás, banderas con el nombre del grupo escrito en aerosol.
Tenían la fila 17 al centro. Lo más parecido que había vivido en su vida, fue una visita al Colón con la escuela primaria, en cambio Fernanda asistía por lo menos una vez por semana a algún concierto y mientras esperaban que comience, ella le contaba los diferentes espectáculos que había visto en ese lugar.
En un momento ya no soportó tanta información y le agarró la mano fuerte; con un gesto le pidió que se callara y ella entendió. Pasaron unos segundos, se oscureció todo y empezó a sonar una pandereta. La luz del escenario se encendió con las voces, los cuatro músicos ubicados en tarimas redondas como si fuera una presentación para la televisión en blanco y negro. Adelante, los apócrifos, Lennon y Mc Cartney; atrás al centro la batería en una imitación perfecta y a un costado a la derecha, la reproducción de George Harrison.

Canciones cortas, una tras otra, sin respiro. Cerró los ojos y escuchó con tanto gusto que no se podía desprender de esos sonidos, fue poniéndose de buen humor al punto de pesar que era de día y que la música en si misma tenía su propia luminosidad y se preguntó si siendo ciego podría sacar fotos, imposible, pensó; en cambio el músico compositor, podría perfectamente hacerlo siendo sordo.
Esa misma noche compró en una disquería del centro, la colección entera de los Beatles, un compilado de Jimy Hendrix y otro de Janis Joplin.

Así la música empezó a ser parte de él, recorría disquerías buscando melodías y canciones que lo conmovieran.
Los boleros fueron de un poder enorme, lo llevaban de la nariz o más bien de los oídos a momentos remotos de su vida. Desempolvó la imagen de su madre en la cocina con el delantal a cuadros verdes meneándose al tiempo de Sabras que te quiero por Armando Manzanero, mientras cocinaba una tarta de manzanas. Encontró el disco, en una mesa de saldos: Las canciones que quise cantar, cada tanto lo escuchaba y a medida que pasaban los temas, iba sintiendo los aromas de la tarta en sus diferentes momentos de cocción.
Sus visitas al pasado lo obligaron también a recordar a su padre, un hombre bastante mayor que su madre, pintaba retratos con carbonilla a los niños en las plazas. Era muy callado, casi no le conocía la voz y cuando cumplió trece años, murió durmiendo con el gesto tranquilo y amoroso que lo definía. A él, lo evocaba escuchando: A song for you, se dio cuenta de que su padre le había dejado una impronta, una marca de pasión por la imagen, más específicamente por el retrato.

3- Películas viejas




Volvió a su casa caminando por la avenida Córdoba en sentido contrario de cómo van los autos, había pasado la tormenta, estaba fresco; dobló por Paraná y se detuvo en un negocio de venta de películas viejas. Compró , Rebecca  llevaba viendola por años pero con el uso se gastó la copia y  Bajo el peso de la Ley .
Las dos hablaban de él, su amor perdido y presente siempre, la cárcel en blanco y negro y el deseo de escaparse.
Llegó al departamento pensando las imágenes recién tomadas, había usado película color como siempre en esos casos, para develar hematomas y detalles. Pasó varias horas encerrado en laboratorio, construido en el baño de servicio, revelando, secando y seleccionando las que mandaría. Salió transpirado y casi ciego, no tenía ni una sola toma de la bala. Tirado en el sillón del living trataba de recordar, el momento en el que el médico la sacó con la pinza y se la dio al asistente, pero no podía; se le mezclaba con el color amarillo brillante de la grasa entre las capas internas de la piel y los ojos de Fernanda; el audio de la sierra abriendo el cráneo. Así se durmió.
En mitad de la noche, sin despertarse pero con los ojos abiertos, caminó hasta la habitación y se acostó vestido.
Siempre fue sonámbulo, con una rutina que su madre le enseñó a repetir, cada vez que él se despertaba, ella le decía con vos segura, “es de noche, acostáte”, después lo tapaba y le hablaba muy suavemente al oído.
Fue espaciando esa costumbre de caminar dormido pero cada tanto, después de que ella murió, lo hacía y se encontraba con el arrullo suave de su niñez, una caricia mágica y físicamente pacificadora. Finalmente su infancia quedó en ese sueño. Borró con habilidad desengaños, frustraciones, cinturonazos, sábanas meadas y demás vergüenzas.


2- Autopsia

En la morgue judicial había más gente que de costumbre, llegaban dos médicos de La Plata, los únicos que se habían presentado a una convocatoria para ocho puestos y el dr. Romer, más de 20 años trabajando allí, estaba feliz por que era su último día; pasaba a una clínica privada cinco estrellas como jefe de guardia y eso lo tenía muy eufórico.
Las marcas del cadáver mostraban hematomas a la altura de las costillas, quemadura de cigarrillo en los brazos, heridas sangrantes en la frente y mentón y ninguna herida de arma blanca.
Rasuró la cabeza en un clima distendido, se vió el orificio de bala a la altura de la sien, ayudándose de un bisturí pequeño para desprender todas las capas de piel y grasa, dejó el cráneo al descubierto y se produjo un silencio tenso, uno de los médicos se puso muy pálido y se retiró rápido, Ruben le sacó una foto: médico huyendo descompuesto.
La bala había entrado por un costado, perforando un hueso que se llama esfenoides, pero no encontraban el orificio de salida y tuvo que abrir el cráneo por las suturas, levantó el parietal y ahí estaba clavada en el occipital, sacó la bala con una pinza, se llevaron la bala en una bandeja de metal y Rubén la vio, como a Bea, partir para siempre. Entonces pensó que debía perfeccionarse, comprar alguna lente para poder fotografiar el número de la bala.
Siguieron por las costillas rotas para adentro y los golpes que tenía en las dos piernas, rotura expuesta de tibia. Les enseñó todo, como interpretar cada dato, extraer las muestras, pedir los estudios al laboratorio. Fue una autopsia magistral y contundente.
Mientras guardaba su equipo, Romer lo invitó a festejar con algunos otros en el bar de enfrente a la morgue.
Estaban, Sacone, médico forense, la fotógrafa suplente Fernanda, los camilleros y los mozos; dos españoles que preparaban unos especiales de jamón crudo y queso con fernet, muy famosos entre los empleados de la zona.
El nunca se había cuestionado si le gustaba o no la fotografía forense, no ese deseo de hacer otra cosa, como los médicos que detestaban hacer autopsias. Se preguntó, viendo la desbordada alegría de Romer, como se sentiría él fotografiando niños en la plaza, recitales, partidos de fútbol, sociales; nada lo sacaría tanto de su centro, ni sería tan vertiginoso. Se creía un afortunado, prefería el trabajo en la calle pero la morgue tenía lo suyo, por que formaba parte de un expediente, un caso abierto con posibilidades, con futuro.
Soñó por un segundo con un desierto, fotos color del horizonte polvoriento y el sonido del viento que habla.

La imagen de la bala que no pudo tomar, lo obsesionaba. Sentado entre los compañeros, no escuchaba. De vez en cuando cruzaba una sonrisa pero sin detenerse, todos comían vorazmente y en el desorden se encontró compartiendo una silla con Fernanda que le hablaba sin parar de un curso para forenses en Málaga, tenía un brillo en los ojos y Rubén la miró esperanzado, pero enseguida volvió a sí, recordó el sentido de su tristeza y abandonó la ilusión.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

1- Beatriz

Después de que Beatriz, su compañera desde los 17 años, lo abandonó, quedó triste y deprimido. Se conocieron en el Colegio secundario de Banfield, cuando egresaron alquilaron un departamento en Constitución, se mimetizaron de tal manera que los padres de ambos murieron con días de diferencia.
Con el tiempo compraron un piso en Paraná y Rivadavia, un poco ruidoso, pero amplio y muy luminoso, él trabajaba como fotógrafo y ella había estudiado botánica y era empleada en un vivero con plantación propia. Para los dos era muy importante la luz.
En un momento Beatriz enrareció, ya no parecía tan enamorada ni pendiente, había perdido la locuacidad y pasaba mucho tiempo en la cama, quería quedarse sola pero él, no se dio cuenta hasta varios meses después de ella que lo dejó definitivamente.
No habían tenido hijos y su gran historia de amor se convirtió en una percha vacía. Silencio y más recuerdos, de los que iba a poder recordar por muchos años.
Al principio hablaban; el perdió la dignidad, la llamaba cada noche llorando y pidiéndole que vuelva. Empezaba bien pero al cabo de unos segundos, rogaba y después la insultaba, a la mañana siguiente le pedía perdón y le prometía que esa noche no la llamaría.

Un día ella se mudó pero él siguió llamándola al mismo teléfono hasta que sacaron la línea y perdió todo rastro.
                                          
Preso de la desorientación caminaba por Buenos Aires húmeda, buscando un encuentro accidental y definitivo, no dormía pensando en lo que le diría si la casualidad por fin los juntaba.
Estaba trabajando en el caso de un muchacho muerto en una comisaría del conurbano bonaerense, según decía el personal, fue una pelea entre delincuentes. Esa mañana cerca de las 8:30 se hacía la autopsia, estaba casi sin dormir, con los ojos ardidos y secos. El oftalmólogo le había recomendado un baño ocular muy efectivo y lo llevó en el bolso para poder trabajar varias horas.