jueves, 17 de diciembre de 2009

2- Autopsia

En la morgue judicial había más gente que de costumbre, llegaban dos médicos de La Plata, los únicos que se habían presentado a una convocatoria para ocho puestos y el dr. Romer, más de 20 años trabajando allí, estaba feliz por que era su último día; pasaba a una clínica privada cinco estrellas como jefe de guardia y eso lo tenía muy eufórico.
Las marcas del cadáver mostraban hematomas a la altura de las costillas, quemadura de cigarrillo en los brazos, heridas sangrantes en la frente y mentón y ninguna herida de arma blanca.
Rasuró la cabeza en un clima distendido, se vió el orificio de bala a la altura de la sien, ayudándose de un bisturí pequeño para desprender todas las capas de piel y grasa, dejó el cráneo al descubierto y se produjo un silencio tenso, uno de los médicos se puso muy pálido y se retiró rápido, Ruben le sacó una foto: médico huyendo descompuesto.
La bala había entrado por un costado, perforando un hueso que se llama esfenoides, pero no encontraban el orificio de salida y tuvo que abrir el cráneo por las suturas, levantó el parietal y ahí estaba clavada en el occipital, sacó la bala con una pinza, se llevaron la bala en una bandeja de metal y Rubén la vio, como a Bea, partir para siempre. Entonces pensó que debía perfeccionarse, comprar alguna lente para poder fotografiar el número de la bala.
Siguieron por las costillas rotas para adentro y los golpes que tenía en las dos piernas, rotura expuesta de tibia. Les enseñó todo, como interpretar cada dato, extraer las muestras, pedir los estudios al laboratorio. Fue una autopsia magistral y contundente.
Mientras guardaba su equipo, Romer lo invitó a festejar con algunos otros en el bar de enfrente a la morgue.
Estaban, Sacone, médico forense, la fotógrafa suplente Fernanda, los camilleros y los mozos; dos españoles que preparaban unos especiales de jamón crudo y queso con fernet, muy famosos entre los empleados de la zona.
El nunca se había cuestionado si le gustaba o no la fotografía forense, no ese deseo de hacer otra cosa, como los médicos que detestaban hacer autopsias. Se preguntó, viendo la desbordada alegría de Romer, como se sentiría él fotografiando niños en la plaza, recitales, partidos de fútbol, sociales; nada lo sacaría tanto de su centro, ni sería tan vertiginoso. Se creía un afortunado, prefería el trabajo en la calle pero la morgue tenía lo suyo, por que formaba parte de un expediente, un caso abierto con posibilidades, con futuro.
Soñó por un segundo con un desierto, fotos color del horizonte polvoriento y el sonido del viento que habla.

La imagen de la bala que no pudo tomar, lo obsesionaba. Sentado entre los compañeros, no escuchaba. De vez en cuando cruzaba una sonrisa pero sin detenerse, todos comían vorazmente y en el desorden se encontró compartiendo una silla con Fernanda que le hablaba sin parar de un curso para forenses en Málaga, tenía un brillo en los ojos y Rubén la miró esperanzado, pero enseguida volvió a sí, recordó el sentido de su tristeza y abandonó la ilusión.

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