domingo, 20 de diciembre de 2009

7- Fernanda


No sabía si realmente deseaba tener algo con Fernanda. Ella lo atraía siempre sonriente y erguida como un equino, operaba una especie de magnetismo fluctuante, por eso no se atrevía a besarla. Había descubierto que el tiempo era su aliado y no sentía ninguna clase de apuro por retomar su vida sexual.
Ella se convirtió en su gran amiga de confesiones y bares, iban al cine, salían los fines de semana pero nunca se habían acercado mucho físicamente, hasta que una noche cenaron juntos en el departamento de Fernanda. Un décimo piso en San Telmo, con dos ventanas enfrentadas por las que se podía ver, de un lado el río que le recordaba esa imagen medio amarillenta de las primeras colonizaciones españolas y del otro, la ciudad por la avenida Independencia.
Comían y Rubén miraba su cuello transpirado, los pechos redondos pidiendo salir de la blusa. La boca se entreabría sensual en cada bocado que disfrutaba lentamente como si se tratara de una golosina.
Mientras tomaban un té hindú de sabor estimulante, una mezcla de jengibre y frutos rojos, en un mismo movimiento el sacó la cámara y ella empezó a desnudarse.
Fue una larga sesión de fotos.
Ella de espaldas ojeando un libro apoyada en la biblioteca, recostada en la cama como la bailarina desnuda de la escultura mexicana, sentada en el inodoro con la cabeza entre las manos, la imagen de su rostro en el espejo, tomada de atrás, durmiendo con una almohada en la cabeza y otra entre las rodillas.
Gatilló hasta que se quedó sin película.
Cuando amaneció la cubrió con las sábanas y se fue con la sensación de haberla acariciado toda la noche.
Caminaba contento y sin dormir sintiendo el insipiente calor de la mañana.

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