lunes, 21 de diciembre de 2009

8- Dudoso encanto

Por más que intentó nunca pudo concretar ese encuentro casual, la buscó los domingos en el restaurante de la calle Lima, entre los cientos de turistas que paseaban por San Telmo o en el barrio chino, los sábados; pero nada.


Una mañana llegó al departamento la invitación para la exposición anual de orquídeas en el jardín japonés, no estaba dirigida a nadie pero tenía la dirección de Rubén.
El sudor en los pies y las palpitaciones le dieron la pauta de que ese era el lugar dónde encontrar a Beatriz, quedó en blanco pensándola o más bien recordando su cara, contemplándola en su memoria, detenida.
Se preguntaba si ella habría mandado la invitación para verlo y volver con él abatida por el error de dejarlo, en ese caso-pensó-, el ya no la querría como antes y casi ya no la quería más.
Era un sábado a las diez de la mañana, llevó el equipo, sentía más que nunca el deseo de volverse invisible, sabía que era técnicamente imposible y que solo podría acercarse a la invisibilidad, detrás de la cámara.
Había stands de todos los países, unas plantas exóticas, con flores raras, bulbos como testículos, pétalos como labios de mujer. Se perdió entre la gente y él empezó a sacar fotos.

Luz, colores, vida.
Lo invadió un olor a velorio muy fuerte. En el stand de España vio una planta que le resultó familiar, y detrás estaba ella.
Se saludaron con un beso frío en la mejilla, él temblaba como un alcohólico a la mañana, ella tenía la inquietud del que no quiere estar allí.
La miró con desconfianza, le dijo en silencio un par de cosas y sin saludarla, dió media vuelta y encaró para la salida.

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