El sudor en los pies y las palpitaciones le dieron la pauta de que ese era el lugar dónde encontrar a Beatriz, quedó en blanco pensándola o más bien recordando su cara, contemplándola en su memoria, detenida.
Se preguntaba si ella habría mandado la invitación para verlo y volver con él abatida por el error de dejarlo, en ese caso-pensó-, el ya no la querría como antes y casi ya no la quería más.
Era un sábado a las diez de la mañana, llevó el equipo, sentía más que nunca el deseo de volverse invisible, sabía que era técnicamente imposible y que solo podría acercarse a la invisibilidad, detrás de la cámara.
Había stands de todos los países, unas plantas exóticas, con flores raras, bulbos como testículos, pétalos como labios de mujer. Se perdió entre la gente y él empezó a sacar fotos.
Lo invadió un olor a velorio muy fuerte. En el stand de España vio una planta que le resultó familiar, y detrás estaba ella.
Se saludaron con un beso frío en la mejilla, él temblaba como un alcohólico a la mañana, ella tenía la inquietud del que no quiere estar allí.
La miró con desconfianza, le dijo en silencio un par de cosas y sin saludarla, dió media vuelta y encaró para la salida.
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