jueves, 17 de diciembre de 2009

3- Películas viejas




Volvió a su casa caminando por la avenida Córdoba en sentido contrario de cómo van los autos, había pasado la tormenta, estaba fresco; dobló por Paraná y se detuvo en un negocio de venta de películas viejas. Compró , Rebecca  llevaba viendola por años pero con el uso se gastó la copia y  Bajo el peso de la Ley .
Las dos hablaban de él, su amor perdido y presente siempre, la cárcel en blanco y negro y el deseo de escaparse.
Llegó al departamento pensando las imágenes recién tomadas, había usado película color como siempre en esos casos, para develar hematomas y detalles. Pasó varias horas encerrado en laboratorio, construido en el baño de servicio, revelando, secando y seleccionando las que mandaría. Salió transpirado y casi ciego, no tenía ni una sola toma de la bala. Tirado en el sillón del living trataba de recordar, el momento en el que el médico la sacó con la pinza y se la dio al asistente, pero no podía; se le mezclaba con el color amarillo brillante de la grasa entre las capas internas de la piel y los ojos de Fernanda; el audio de la sierra abriendo el cráneo. Así se durmió.
En mitad de la noche, sin despertarse pero con los ojos abiertos, caminó hasta la habitación y se acostó vestido.
Siempre fue sonámbulo, con una rutina que su madre le enseñó a repetir, cada vez que él se despertaba, ella le decía con vos segura, “es de noche, acostáte”, después lo tapaba y le hablaba muy suavemente al oído.
Fue espaciando esa costumbre de caminar dormido pero cada tanto, después de que ella murió, lo hacía y se encontraba con el arrullo suave de su niñez, una caricia mágica y físicamente pacificadora. Finalmente su infancia quedó en ese sueño. Borró con habilidad desengaños, frustraciones, cinturonazos, sábanas meadas y demás vergüenzas.


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